Juán de Hierro
Cuando el Rey llegó a la Corte
Cuando el Rey llegó a la Corte, salió su hija a recibirlo y lo felicitó por su victoria.
— No he sido yo el vencedor — respondióle el Rey —, sino un caballero desconocido que acudió en mi ayuda al frente de sus tropas.
Quiso la princesa saber quién era el tal caballero, pero su padre lo ignoraba.
— Lo único que puedo decirte — añadió — es que se lanzó en persecución del enemigo, y ya no lo he vuelto a ver.
Ella fue al jardinero a preguntarle por su ayudante, y el hombre, echándose a reír, dijo:
— Acaba de llegar en su jamelgo cojo, y todo el mundo lo ha recibido con burlas, exclamando: "¡Ahí viene nuestro héroe!." Y al preguntarle: "¿Dónde estuviste durmiendo durante la pelea?," él ha replicado: "He hecho una buena labor; sin mí, lo habríais pasado mal." Y todos han soltado la carcajada.
Dijo el Rey a su hija:
— Quiero organizar una gran fiesta que dure tres días y tú arrojarás una manzana de oro. Tal vez se presente el desconocido.
Cuando anunciaron la fiesta, el mozo se fue al bosque y llamó a Juan de hierro.
— ¿Qué quieres? — preguntóle éste.
— Ser yo quien coja la manzana de oro de la princesa.
— Puedes darla por tuya — respondió Juan de hierro —. Te daré una armadura roja y montarás un brioso alazán.
Al llegar la fecha señalada apareció el mozo al galope, y situándose entre los restantes caballeros, no fue reconocido por nadie. Adelantóse la princesa y arrojó una manzana de oro. Nadie la cogió sino él, pero no bien la tuvo en su poder, escapó a toda velocidad. Al segundo día, Juan de hierro le dio una armadura blanca y un caballo del mismo color. Nuevamente se apoderó de la manzana, y otra vez se alejó con ella sin perder momento.
Irritóse el Rey y dijo:
— Esto no está permitido; debe presentarse y decir su nombre.
Y dio orden de que, si volvía a comparecer el caballero de la manzana, se le persiguiese si intentaba escapar, y se le diese muerte si se negaba a obedecer.
El tercer día Juan de hierro le proporcionó una armadura y un caballo negro, y él volvió a quedarse con la manzana. Al huir con ella, persiguiéronle los hombres del Rey, llegando uno tan cerca, que lo hirió en una pierna con la punta de la espada. No obstante, el caballero logró fugarse; pero eran tan formidables los saltos que pegaba su caballo, que cayéndosele el yelmo, sus perseguidores pudieron ver que tenía el cabello dorado. Al regresar a palacio se lo explicaron al Rey.
Al día siguiente
Al día siguiente, la princesa preguntó al jardinero por su ayudante.
— Está en el jardín, trabajando. Es un mozo muy raro. Estuvo en la fiesta y no regresó hasta ayer. Además, enseñó a mis niños tres manzanas de oro que había ganado.
El Rey lo hizo llamar a su presencia, y el muchacho se presentó, pero también sin descubrirse. Mas la princesa se le acercó, le quitó el sombrero, con lo cual la cabellera le cayó en dorados bucles por encima de los hombros, apareciendo el muchacho tan hermoso, que todos los presentes se pasmaron.
— ¿Fuiste tú el caballero que estuvo los tres días en la fiesta, cada uno con diferente armadura, y ganaste las tres manzanas de oro? — preguntó el Rey.
— Sí — respondió el mozo —, y ahí están las manzanas — y, sacándolas del bolsillo, las alargó al Rey —. Y si todavía queréis más pruebas, podéis ver la herida que me causaron vuestros hombres al perseguirme. Y también soy yo el caballero que os dio la victoria sobre vuestros enemigos.
— Si realmente puedes realizar semejantes hazañas, no has nacido para mozo de jardín. Dime, ¿quién es tu padre?
— Mi padre es un Rey poderoso, y, en cuanto a oro, lo tengo en abundancia, todo el que quiero.
— Bien veo — dijo el Rey — que estoy en deuda contigo. ¿Puedo pagártelo de algún modo?
— Sí — contestó el mozo —, sí podéis: dadme por esposa a vuestra hija.
Echóse a reír la princesa y dijo:
— ¡Éste no se anda con cumplidos! Ya había notado yo en su cabellera dorada que no era un ayudante de jardinero — y, acercándosele, le dio un beso.
A la boda estuvieron presentes sus padres, locos de alegría, pues habían ya perdido toda esperanza de volver a ver a su hijo querido. Y cuando ya se habían sentado a la espléndida mesa, cesó de repente la música, se abrieron las puertas y entró un rey de porte majestuoso, seguido de un gran séquito. Se dirigió al príncipe, lo abrazó y le dijo:
— Yo soy Juan de hierro. Me habían hechizado, transformándome en aquel hombre salvaje; pero tú me has redimido. Tuyos son todos los tesoros que poseo.